Creo que ayer pise al onceavo mes a la orilla de mi cama, con las luces apagadas. Mi pie derecho se quemó con el frío de una textura incómoda y una silueta hiriente con cicatrices en los bordes se dejaba adivinar con el rayito de noche entre la ventana... Todo ello una sensación que urgía la llegada de un diciembre por la boca, y por qué no, los siguientes doce por favor.
Pero el atrevimiento de mis manos las pusieron al alcance de palpar sonrisas, parques, noches, la mesa del fondo, canciones, caminatas, sillones, entradas, calores, colores, ojos entrecerrados, dramas reales y ficticios, escalones, música en vivo, palabras innecesarias, destinos que juegan, electricidad en los dedos, fuego en sus vidas.
Las manos que tomaste, que besaste, que soltamos... están por la mañana llenas de ceniza, sedientas de viento y de futuro; sin cicatrices, sin incomodidad, sin heridas... sin rencor, sin querer matar, sin poder morir.
Ahora ambas salen por la ventana para extenderse y gozar de lo que se lleva abril, para abordarte con un recuerdo y que mi cinismo responda a los deseos de tu sádico inconsciente.
Y a pesar de todo, queda claro que yo más, punto.