Entre un día y el otro jugó a recordarlo, a cerrar con seguro y regalarle una mueca conocida.
Mosaico, cristal, rasguña lo que puedas.
Entre su edad y jugar al blackjack, no pudo sentirle más cerca, y quería y no quería, y quería y se acordó, y la llamó como quiso pero no por su nombre.
Entre que sí y que no, él ya no escribía, no había pudor, ni verdad... ni amor.
Me da pena, penita pena, pero ya no me sorprendes, ternurita.