No tengo nada que perder, nada que temer.
No tengo sueño, no tengo a mi rumi, no tengo tos.
No siento los pies, por la posición en la que siempre me siento. No aprendo.
No sonrío si no quiero, no vuelo bajo, no me canso de anhelar.
No encuentro las llaves de mi casa, ni el control de la tele, ni el de mi vida.
No camino pegada a la pared, no me fijo a ambos lados antes de cruzar la calle.
No hay rostros conocidos, interesantes, atractivos. No hay cine, no hay cafés.
No hay hueco que no se llene hasta rebozar cuando de música se trata.
No hay libros que puedan dejarse a medias, ni romances que se puedan empezar.
No hay libros que puedan dejarse a medias, ni romances que se puedan empezar.
No hay ánimo de algo diferente en los ojos de los hombres,
no hay oriundas que contagien libertad.
no hay oriundas que contagien libertad.
No hay secretos, no hay recuerdos que hagan llorar, no hay misterio.
No hay Norte, no hay distancia, no hay paredes.
Ni besos.
Ni sudor.
No hay cariños falsos, ni verdades ocultas. No hay placer como el de reír por una estúpida razón.
No hay jinetes, no hay balsas, no hay tiempo límite para aprender a trepar árboles a los 23.
No hay frío, no hay escalones de igual altura, no hay repelente contra los buenos ratos.
No hay comida, no hay esencias que evoquen a la infancia. No hay ruido de ciudad.
No hay manera de olvidarte, no hay rencor. No hay sonrisas fingidas. No hay otra parada en tu estación.
No hay más. No hay de ti.
Sólo permanece lo que llega después de haber caído y despertado, lo que siembra y se cosecha con una mano en el corazón y la otra en la canción que no debes soltar.