24.6.12

Aterrizajes forzosos



¿Recuerdan los sube y baja? Esos que peleábamos por jugar a los cuatro o cinco años. La adrenalinita medio mustia que nos invadía al estar arriba, el alivio engañoso de encontrarse abajo y por un pequeñísimo instante, sentir que no estábamos listos para volver a empezar. Aunque sí, porque ¿quién no está listo a los cinco años cuando no hay más que suelo al caer?


Hola, soy un cúmulo de risas a tiempo y lágrimas inoportunas, soy la sábana traslúcida con la que me tapo los miedos y los zapatos que vuelvo y vuelvo a usar sólo para recordar por cuáles caminos ya no debo andar. Soy todo lo que me estoy callando porque he encontrado la manera de gritarlo entre comas, signos, placeres y versos. Soy yo y no estoy lista.

No sé a qué edad el temor de caer dejó de ser tangible y empezó a ser metáfora. Perdí noción del momento en que crecí lo suficiente como para empezar a irritarme por estar arriba en ocasiones, abajo en otras cuantas.


Aunque… es fácil ¿saben? Tener un sube y baja propio, saber cuánto impulso debe uno tomar para llegar tan alto como uno desea, dejar que el peso del ser le gane al otro extremo para bajar en el instante en que nos dé la gana. Es tan sencillo como asegurarnos de que al otro lado somos nosotros mismos equilibrando el vaivén, con deseos exactamente opuestos que lo hagan posible.

Pero los años no nos los prestan para jugarlos sin compartir, y con las sonrisas correctas y las palabras en buen momento, siempre habrá quien se quiera aventurar con nosotros a subir y bajar.

Es curioso, nadie pregunta qué se siente antes de aceptar jugar, nadie se cuestiona si existen reglas, si hay instrucciones que se deban seguir. No, al sube y baja del amor la gente le entra sin reservas, sin pensar, ¿sin querer?

Yo sólo sé que estaba ahí, arriba y abajo de acuerdo a mis propios planes, y bueno, a veces a mis propias improvisaciones. Yo sólo sé que estaba ahí y al dejar de reírme con mi sombra un día cualquiera, ya estabas tú del otro extremo. Y no dijiste nada, sólo tomaste el primer impulso y empezaste a subir.


Desde entonces se trata de eso. De pegar con verdades en la arena y llegar con por qué nos  a las nubes más bajas, de quedarme suspendida en lo que vas y vienes con tus intenciones a lugares que no quiero preguntar, en lo que te ríes con tu Ello de lo imposible que sería sostenerme si vacilo, o si bien nos va, encontrarnos por un momento a la misma altura de algún sueño que todavía no nos da miedo cumplir.

Y el resto es tormento y dichas guardadas para después. Porque este juego ya no es de uno, tú estás del otro lado y no me escuchas cuando te grito, que si no me vas a querer como te quiero, prefiero bajarme, que caer.

25.5.12

Adquisiciones



Mira, tengo una oportunidad.

La encontré ayer por la noche y desde ese momento no me he atrevido a dejarla de cantar. Tengo una oportunidad que grita nombres, países, personas que no sé. Banquetas que tú caminas abajo porque te gusta ver cómo el sol hace brillar mi cabello desde ahí, y risas que son sólo tuyas porque siempre te ha parecido gracioso que yo tenga tanto que contar.

Tengo una oportunidad en forma de calles nuevas, sonidos que viven y hacen renacer desde bien adentro, miradas que evades y luego buscas y luego no puedes dejar de pensar. Temblorcito de ese ridículo al tenerte cerca y recuerditos graciosos de los que evocas nada más para tener un pretexto y venir, abrazarme y decirme como si nada que ‘tú también’.

Una oportunidad que no esperas diez años como en las películas de esas que me gustan, o tal vez sí, mientras no la dejes de cantar. Porque la cosa aquí es de no dejarla morir; y ella sólo vive con notas tuyas, y tus letras y tu voz.

Ten, te la comparto.

La podemos acompañar con gustitos culposos, comida para dos y senderos larguísimos que terminen en un montonal de cosas de esas que hacen los novios y la gente que se quiere bien bonito. Cosas de las que ni hablo aquí, porque ya tengo dónde describirlas a detalle. Será junto a ti, mientras intenten alcanzarnos las palabras porque ya todo lo iremos haciendo realidad.

14.5.12

Day off




I try so hard to talk about love. Any kind of desperate, perfect, one-way, passionate, needy, free love. About emptiness and bad choices, about the excitement of the next first kiss. 

I try so hard to find you between the childish nonsense of this clumsy words. I try so hard to fall in love again by remembering the way you smirk, you walk, you think you dance. I try so hard to fill my soul with old sorrow and rotten gloom, so I can blame you and your disarming gaze for this sad song. 

But I can’t. The song ain’t sad anymore, and from some time now I’ve been able to disarm myself just by looking at the mirror.

2.2.12

No hay jueves en que estés.



No tengo nada que perder, nada que temer.
No tengo sueño, no tengo a mi rumi, no tengo tos.

No siento los pies, por la posición en la que siempre me siento. No aprendo.
No sonrío si no quiero, no vuelo bajo, no me canso de anhelar.

No encuentro las llaves de mi casa, ni el control de la tele, ni el de mi vida.
No camino pegada a la pared, no me fijo a ambos lados antes de cruzar la calle.

No hay rostros conocidos, interesantes, atractivos. No hay cine, no hay cafés.
No hay hueco que no se llene hasta rebozar cuando de música se trata.

No hay libros que puedan dejarse a medias, ni romances que se puedan empezar.
No hay ánimo de algo diferente en los ojos de los hombres,
                                                                  no hay oriundas que contagien libertad.

No hay secretos, no hay recuerdos que hagan llorar, no hay misterio.
No hay Norte, no hay distancia, no hay paredes.

Ni besos.

Ni sudor.

No hay cariños falsos, ni verdades ocultas. No hay placer como el de reír por una estúpida razón.
No hay jinetes, no hay balsas, no hay tiempo límite para aprender a trepar árboles a los 23.

No hay frío, no hay escalones de igual altura, no hay repelente contra los buenos ratos.
No hay comida, no hay esencias que evoquen a la infancia. No hay ruido de ciudad.

No hay manera de olvidarte, no hay rencor. No hay sonrisas fingidas. No hay otra parada en tu estación.
No hay más. No hay de ti.

Sólo permanece lo que llega después de haber caído y despertado, lo que siembra y se cosecha con una mano en el corazón y la otra en la canción que no debes soltar.